Sus latidos se cruzaron y se escucharon mutuamente,
temblorosos y con miedo. Sus heridas habían cicatrizado y una vez más estaban
dispuestos a sentir. Despacio, con mucho cuidado, rozaron sus dedos y se
entregaron los labios. Tras fundirse sus miradas el mundo cayó a sus pies y
calló todo lo que había en torno a ellos. Ahora sus corazones sonaban al
unísono y sin hablarse escucharon todo lo que tenían que decir. Luz era todo lo
que se podía ver entre ellos, una luz cálida que los envolvía como lo hacían
sus brazos; un segundo se hizo interminable, pues el tiempo decidió detenerse
ante semejante milagro y de la mano anduvieron activando de nuevo el reloj.
Sus latidos volvieron a dibujar sonrisas en sus
rostros; el miedo se hizo a un lado y la esencia de la vida, el amor, surgió de
sus más profundas cicatrices.
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