Una vela encendida puede ser la representación del caos; si
la llama se prende más allá podría arrasar con todo lo que hubiera a su alrededor
y su movimiento nos mostraría la inestabilidad y las múltiples formas que esa pequeña
llama podría tener.
Sin embargo, cuando colocamos la misma vela en un lugar plácido,
ésta permanece estable y nos muestra una sola forma, representando así la quietud,
la serenidad, la paz.
Nuestra mente, al pasar por momentos duros de mucho estrés,
enfados o momentos que por alguna razón nos cuesta superar, se observa como el incendio; incontrolable y
dañino, capaz de asfixiarte y acabar con tu consciencia; pero al igual que ocurría
con la vela, si permitimos que se mantenga en un lugar tranquilo y pacífico
permanecerá relajada, centrándose justo en aquello que tiene delante.
Para mí, el secreto está en dejar a un lado los deberes de
vez en cuando y hacer aquello que realmente deseas hacer; perderse en un lugar
precioso donde el ruido del día a día no te alcance y puedas ver lo que realmente
necesitas, descubrirte a ti mismo y mantener la llama inalterable; centrarte
simplemente en lo que estás haciendo, sin pensar en después ni en antes
.
Conseguirlo no es sencillo, pero merece la pena
intentarlo. Pues cuando lo consigas podrás hacer todo lo que antes hacías pero
disfrutando aún más de cada uno de esos instantes, sintiendo realmente que eres
tú mismo. Descubrirás que eras mucho más fuerte de lo que creías ya que verás
la vida con ojos calmados, sin las tensiones constantes que frecuentaban tu
existencia.
¿Por qué no intentarlo? Nunca es tarde para quererse a uno mismo.
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