Estaba junto a la ventana y oía cómo caían las gotas de
lluvia. Miraba mi reflejo distorsionado y deforme en el cristal, recordando las
amargas batallas que libré y que jamás podré olvidar. En las condiciones más
duras de mi vida, acabé con el aliento de aquellos que estaban peor que yo, y
no me siento orgulloso, créanme que no. Pedían piedad, pero mi deber no me
permitió hacerles caso… Deber. Menudo deber aquel que consiste en acabar con una
vida… ¿Soy un hombre? Frente a este reflejo, hoy, más que nunca, sé que no lo
soy. El hombre que era se marchó junto a muchos otros que en el combate se
alejaron de los vivos. Debía estar con ellos; era la mejor forma para descansar
por fin. Llevo ya demasiados días sin dormir como para recordar cuántos, como
para seguir pensando, como para mantenerme en pie. Mis rodillas chocan contra
el suelo frío y pido clemencia a mi propia conciencia en vano, sin resultados.
La ventana ahora está abierta y ya no veo mi reflejo. El agua cae con fuerza, aquella
que a mi falta para seguir. Ahora lo veo claro; ahora veo que mi destino llegó
a su fin. La vida es lo primero; cuidarla, amarla, respetarla… Porque cuando
acabas con una vida, la tuya también acaba.
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